La barba de mi papá

En todos mis recuerdos (hasta en los que no fueron míos: una fotografía en su soltería) mi padre siempre aparece con bigote. Sólo en una ocasión llegué a verlo con barba. Recuerdo (tal vez mal) que venía de la casa de su hermano José cuando éste también vivía por la calle Núñez. Fue sorpresivo para mí verlo barbón así de golpe, jamás noté el proceso de crecimiento de sus pelos. El verlo así, en esa situación extraordinaria, hizo de él, en definitiva, un individuo igual a cualquier otro. Sabemos que de niños nuestros padres son seres intachables, poderosos, únicos, etc. Ya luego el tiempo se encarga de hacernos saber que no lo son tanto, también ellos tuvieron debilidades, errores y frustraciones. Son en realidad seres comunes, lo sabemos porque se parecen a nosotros.

Espacio tiempo

¿Pudo haber existido este espacio sin mí? Claro, hubo un tiempo en que me impresionó, apretó contra mí sus longitudes: el peso de la atmósfera cobró forma en aquellas nubes de lluvia que pendían del cielo; los caminos huían de mi radial mirada hacia los puntos cardinales; la tierra permanecía aparentemente inmóvil, pero con sus profundidades oscuras llenas de significado.

Me ha oprimido tanto que ahora soy su reflejo, cuando escribo nube digo lentitud, miedo y esperanza. De mi palabra surge el rayo y sus recorridos e iluminaciones. Digo nube y es la lluvia con sus frutos temporales.

Hablo del espacio y su lejanía cuando digo calle. Es la comunicación de los recorridos, es el tiempo de los encuentros amorosos o amorales. Digo sendero y es el conocimiento de nuestros paisajes, hay ahí árboles estériles o frutales que se alzan como testigos del tiempo.

Digo tierra, pero en realidad estoy diciendo trabajo, frutos cultivados, vida que no ha sido desperdiciada. Digo tierra y es viajar en el tiempo, no hay sorpresa entonces en ver vivos a aquellos muertos, saludarlos y preguntarles por la orientación de mis destinos.

Digo espacio, digo cielo, digo tierra y con ello estoy reescribiendo el tiempo.