Vértigo en tres actos

Luz artificial

En la noche la luz amarilla cubre todo con su grueso polvo revelador. La calle recta es una flauta con su largo costillar lleno de agujeros amarillos (resultado de las lámparas que la iluminan). Las recámaras inflaman su segundo espíritu tras encender un foco, como globos dentro de la carpa de un circo. Es este desplazamiento (que como un sacudión da la luz a las ánimas de los objetos) el que nos hace ver como una radiografía sus estructuras atemporales.

Tiempo limitado

Para la vida de un hombre es suficiente: la geografía de las montañas que lo circundan permanece inalterable a pesar de las inclemencias climáticas. Se antojan divinas, pues, las tijeras que recortaron las siluetas de los volcanes. Aquellas cambiantes nubes extienden sus figuras por instantes y por eso otorgamos a los cerros el sinónimo de eternidad (sin que esto sea sólo un calificativo).

La grieta

No sé cuál es el atractivo de la grieta, si precisamente cada que vuelvo la encuentro más larga. «La cosa ha cambiado«, me digo. Y esa es suficiente evidencia. Sin embargo, vuelvo. ¿Qué es esta sensación de la contradicción entre luz, montaña y tiempo? En el fondo es mi vértigo por las edades, los transcursos del tiempo, una visioncita de lo que para Dios debe ser tan fijo como una estatua.

Luz artificial

En la noche la luz amarilla cubre todo con su grueso polvo revelador. La calle recta es una flauta con su largo costillar lleno de agujeros amarillos (resultado de las lámparas que la iluminan). Las recámaras inflaman su segundo espíritu tras encender un foco, como globos dentro de la carpa de un circo. Es este desplazamiento (que como un sacudión da la luz a las ánimas de los objetos) el que nos hace ver como una radiografía sus estructuras atemporales.

Tiempo limitado

Para la vida de un hombre es suficiente: la geografía de las montañas que lo circundan permanece inalterable a pesar de las inclemencias climáticas. Se antojan divinas, pues, las tijeras que recortaron las siluetas de los volcanes. Aquellas cambiantes nubes extienden sus figuras por instantes y por eso otorgamos a los cerros el sinónimo de eternidad (sin que esto sea sólo un calificativo).

La grieta

No sé cuál es el atractivo de la grieta, si precisamente cada que vuelvo la encuentro más larga. «La cosa ha cambiado», me digo. Y esa es suficiente evidencia. Sin embargo, vuelvo. ¿Qué es esta sensación de la contradicción entre luz, montaña y tiempo? En el fondo es mi vértigo por las edades, los transcursos del tiempo, una visioncita  de lo que para Dios debe ser tan fijo como una estatua.

Sobre las versiones bíblicas

Sí sí, ya sé que será muy ambicioso de mi parte ese título, y que jamás lograré tal hazaña, pero aquí simplemente doy introducción a un estudio que haré más adelante sobre diversas versiones bíblicas que poseo en mi casa. Esta grabación es, pues, simplemente una introducción.

Sobre la palabra de Dios, en tanto escritor

Madre

Mi madre está muriendo. Y yo acá, lejos, ando en mi bicicleta. Hoy ha llovido, y está fresco el recorrido nocturno que me toca hacer a diario. Voy pedaleando y escuchando música, acabo de escribir algunas palabras en mi libreta. Recuerdo a mi madre postrada en la cama del hospital. No estoy triste, el viento golpea mi rostro y hasta sonrío. Me siento pretenenciente a algo. Soy escritor y mi madre me ha leído, me pregunta, me ha preguntado que si sigo escribiendo, que qué quise decir con esos versos de mi libro. Que acaba de leer otro libro. A mi madre le gusta la palabra escrita y le mortifica la extensión del universo. Charla con mis hijos, les pregunta sobre los espacios y los planetas a propósito, necesita maravillarse con la creación de Dios, sus nietos son el conducto de la maravilla. Ciertamente mi madre es una mujer extraordinaria.

Mi madre está muriendo. Ella sabe que yo escribo, puede entonces entregarse a su Dios creador porque en mis letras la estaré recordando mientras ella va conociendo, ligera e infinita, las maravillas de lo extenso.