Mi madre está muriendo. Y yo acá, lejos, ando en mi bicicleta. Hoy ha llovido, y está fresco el recorrido nocturno que me toca hacer a diario. Voy pedaleando y escuchando música, acabo de escribir algunas palabras en mi libreta. Recuerdo a mi madre postrada en la cama del hospital. No estoy triste, el viento golpea mi rostro y hasta sonrío. Me siento pretenenciente a algo. Soy escritor y mi madre me ha leído, me pregunta, me ha preguntado que si sigo escribiendo, que qué quise decir con esos versos de mi libro. Que acaba de leer otro libro. A mi madre le gusta la palabra escrita y le mortifica la extensión del universo. Charla con mis hijos, les pregunta sobre los espacios y los planetas a propósito, necesita maravillarse con la creación de Dios, sus nietos son el conducto de la maravilla. Ciertamente mi madre es una mujer extraordinaria.
Mi madre está muriendo. Ella sabe que yo escribo, puede entonces entregarse a su Dios creador porque en mis letras la estaré recordando mientras ella va conociendo, ligera e infinita, las maravillas de lo extenso.