Cariño

El frío clima de mi ciudad natal nos dio, a mi familia, la oportunidad de mostrar una forma de cariño entre nosotros. Las siestas vespertinas eran frecuentes entre todos. Cuando alguno dormía así de repente, en cualquier rincón de la casa, lo hacía con la ropa que llevara puesta sobre sillones o en la cama. Entonces, se dejaba sentir el frío y alguien que se encontrara despierto y cercano, cubría con alguna cobija ligera a aquel que ya estaba soñando. «Yo te quiero, yo te cuido, yo te cubro», pareciera ser la consigna.

Morena la piel

Inalcanzable. La oleada de deseo parte de mi sangre, la veo y hay en mi mirada un anhelo que se extiende como los dedos separados de una mano abierta. Quiero rodearla con mis brazos, dejarla sentir el calor de mi pecho. Atraerla hacia mí como el agua que se cierra tras los cuerpos sumergidos. Quiero que me mire y que se pierda en esa mirada; que se concentre en las sensaciones que su piel siente. Los cuerpos entonces exigirían naturalmente la desnudez. Los besos se sentirían por todas partes, las caricias se multiplicarían como la lluvia cayendo. No importa el amor en este deseo, quiero atraparla y desaparecerme con ella al instante y así concretar la razón de mi venganza.

Felicidad de la música

Otra canción llega a tus oídos. Otra canción que evoca a tu mujer irremediablemente. Haz perdido la cuenta de cuántas canciones has dicho que son «la canción de nosotros». La gama es enorme, tienen rock en español, a Annie Lennox, música brasileña (que llegaron a bailar), los paisajes lacustres y matemáticos de Bach. Recuerdas también aquella noche que pasaron juntos (la primera) con el arrullo imposible de Janis Joplin. Está vivo su recuerdo (si no el de ella, sí el de su amor mutuo) hasta en algunos sones de Mono Blanco. Por todos lados hay música y por todos lados surge la felicidad del tiempo compartido. Eso te lleva a asegurar algo, algo… pero no te atreves a decir qué.

Espacio tiempo

¿Pudo haber existido este espacio sin mí? Claro, hubo un tiempo en que me impresionó, apretó contra mí sus longitudes: el peso de la atmósfera cobró forma en aquellas nubes de lluvia que pendían del cielo; los caminos huían de mi radial mirada hacia los puntos cardinales; la tierra permanecía aparentemente inmóvil, pero con sus profundidades oscuras llenas de significado.

Me ha oprimido tanto que ahora soy su reflejo, cuando escribo nube digo lentitud, miedo y esperanza. De mi palabra surge el rayo y sus recorridos e iluminaciones. Digo nube y es la lluvia con sus frutos temporales.

Hablo del espacio y su lejanía cuando digo calle. Es la comunicación de los recorridos, es el tiempo de los encuentros amorosos o amorales. Digo sendero y es el conocimiento de nuestros paisajes, hay ahí árboles estériles o frutales que se alzan como testigos del tiempo.

Digo tierra, pero en realidad estoy diciendo trabajo, frutos cultivados, vida que no ha sido desperdiciada. Digo tierra y es viajar en el tiempo, no hay sorpresa entonces en ver vivos a aquellos muertos, saludarlos y preguntarles por la orientación de mis destinos.

Digo espacio, digo cielo, digo tierra y con ello estoy reescribiendo el tiempo.

Sin embargo

Hay un tiempo que condensa nuestra historia con el presente. Pero hay también un catalizador que los unifica y comienza a perdurarlos, hablo del precioso rostro de una mujer que te contempla. Charlas con ella y el consumo del tiempo jamás había sido mejor aprovechado. Quieres inútilmente hacerle saber de todas tus satisfacciones de la infancia, de tus inquietudes de la adolescencia, de tus aciertos en la juventud; quieres hacerle saber todo ello, el tiempo en que ella no estuvo, pero sabes que se te agolparán las palabras y entonces le dejas saber la felicidad del que eres a través de la mirada.

Ahí la lógica es rota y sabes sin explicación alguna que ella comprende a tal punto tu silencio que permite entonces la unión sensual de los presentes. Besarse es un intercambio y una comprensión mutua de sus historias desconocidas. A través de su beso comprendes su dádiva y su herencia. Vislumbran mutuamente la construcción del Presente Eterno que no consume el vulgar tiempo corriente. El alcance de tal instante eterno reduce el espacio que les rodea tanto que sienten que el lado nocturno del planeta les pertenece.

El vértigo entre un tiempo eterno y un espacio reducido, les hace confundir sueño con realidad y la única certeza es que la separación que les sigue será siempre una ilusión con la que el destino se interpone inútilmente.

Felicidad de la música

Otra canción llega a tus oídos. Otra canción que la evoca irremediablemente. Haz perdido la cuenta de cuántas canciones has dicho que son «la canción de nosotros». La gama es enorme, tienen rock en español, a Annie Lennox, música brasileña (que llegaron a bailar), los paisajes lacustres y matemáticos de Bach. Recuerdas también aquella noche que pasaron juntos (la primera) con el arrullo imposible de Janis Joplin. Está vivo su recuerdo (no de ella, de su amor mutuo) hasta en algunos sones de Mono Blanco. Por todos lados hay música y por todos lados surge la felicidad del tiempo compartido. Eso te lleva a asegurar algo, algo… pero no te atreves a decir qué.

Amor de padres y contemporaneidad

Normalmente una de las formas en que la diferencia generacional se da entre padres e hijos es la ignorancia de los movimientos artísticos y culturales que a cada uno le ha tocado vivir. Cuando esto es superado, esta ignorancia de uno a otro, es una evidencia del amor (conocer es amar) que hay entre padres e hijos.

Así, mi padre llegaría a enterarse de la música que le gustaba a mi hermana Nidia y le llegó a regalar un disco (¿un sencillo?) de Bony M, grupo famoso como pocos allá en los principios de los años 80. De igual manera mi madre me regalaría un fabuloso disco de baladas de mi grupo favorito de entonces, Los Beatles. No era uno de sus discos oficiales, pero contenía muchas de las canciones más famosas de los de Liverpool.

Aquí no sólo veo los conocimientos y la cortesía que mis padres tuvieron hacia nosotros. También veo una participación (aunque sea pasiva) de los tiempos cosmopolitas en los que vivíamos aunque sea en un pueblo grande (ciudad chica) como lo es nuestro Zapotlán (en realidad un pueblo que ha participado en manera activa y directa en la construcción de nuestro ser nacional).