Hay un tiempo que condensa nuestra historia con el presente. Pero hay también un catalizador que los unifica y comienza a perdurarlos, hablo del precioso rostro de una mujer que te contempla. Charlas con ella y el consumo del tiempo jamás había sido mejor aprovechado. Quieres inútilmente hacerle saber de todas tus satisfacciones de la infancia, de tus inquietudes de la adolescencia, de tus aciertos en la juventud; quieres hacerle saber todo ello, el tiempo en que ella no estuvo, pero sabes que se te agolparán las palabras y entonces le dejas saber la felicidad del que eres a través de la mirada.
Ahí la lógica es rota y sabes sin explicación alguna que ella comprende a tal punto tu silencio que permite entonces la unión sensual de los presentes. Besarse es un intercambio y una comprensión mutua de sus historias desconocidas. A través de su beso comprendes su dádiva y su herencia. Vislumbran mutuamente la construcción del Presente Eterno que no consume el vulgar tiempo corriente. El alcance de tal instante eterno reduce el espacio que les rodea tanto que sienten que el lado nocturno del planeta les pertenece.
El vértigo entre un tiempo eterno y un espacio reducido, les hace confundir sueño con realidad y la única certeza es que la separación que les sigue será siempre una ilusión con la que el destino se interpone inútilmente.