Charly Larroa

Foto propia

Las nuevas formas de relacionarnos entre nosotros (humanos, estudiantes, artistas) que nos trajo ya desde hace varias décadas la tecnología (cuando aún estábamos lejos de sospechar siquiera esta pandemia) hizo que conformáramos grupos de interés común en un montón de ramas. La que nos atañe ahora es la rama de la creación y la hojita de la escritura.

Charly estaba en uno de esos grupos y se dio a conocer de manera inmediata dada la humanidad que le aflora sobre la piel sin pensarlo siquiera. Charly es una de las personas más humanas que conozco, tal ha sido su gusto por los seres humanos que sus escritos tocan una y otra vez el tema (incluido el del amor que siente por su esposa). Charly también necesita estar cercano a la gente y lo logra mediante la pintura digital que le han encargado una y otra vez muchos amigos suyos.

Este Larroa (digo recordando que también sus hermanos son escritores) tuvo la feliz suerte de ser otro de esos seres que fueron salvados por la literatura cuando la violencia en casa se apoderaba de su infancia. ¿Imaginan la fuerza tal que un espíritu así debe tener para no sucumbir y ser un replicante de la violencia en el hogar? Para fortuna de muchos de nosotros, Charly optó bien y ahora nos deleita con sus poemas, sus palabras y sus imágenes.

Me dio mucho gusto charlar con el buen Charly y el haber despertado en él una emoción genuina ante la oportunidad de compartir su palabra.

Huye del lugar común

Mis años de escritor iniciaron allá cuando yo cursaba el quinto grado de primaria. No es que ya comenzara decididamente a escribir con conciencia, no. Simplemente, después de muchas lecturas, comenzaba a vislumbrar a la escritura como una posibilidad real y personal de expresión. Todo comenzó con la posibilidad de ofrecer versos a chicas que me gustaban o en forma de regalo para el 10 de mayo. Luego continuaría con los versos ya en mayor cantidad en secundaria. Libretas en las que escribía, reescribía, corregía y volvía a escribir el mismo poema buscando dar con la versión que me satisficiera.

Pero, en definitiva, fue en bachillerato en que decidí convertirme en verdadero escritor (¿qué quiere decir esto?), y todo gracias a la existencia de un taller literario que en mi escuela funcionaba. Específicamente el triunfo de Alejandrína Torres en un concurso de poesía hizo que yo me acercara a ella y dicho taller. Luego «talleréabamos» nuestros trabajos de forma mutua. Uno de los primeros consejos que recibí de Ale fue que no hiciera rimas facilonas. En aquellos días las sugerencias del taller era practicar versificaciones y rimas escribiendo décimas, una de las formas más populares en el canto de toda América Latina. La cosa es que yo rimaba fácilmente (primeras letras) palabras como gatito/zapatito. Con diminutivos y palabras de ese tipo no había «jierre». Entonces fue que Ale me dijo que no hiciera eso. Primera lección aprendida.

Ya después, en mis primeros años de vida profesional, iría a vivir a Guadalajara. Ahí la radio me llevaría la voz de una poeta cubana, Delenis Rodríguez. Quise conocerla, nos citamos por teléfono en la entrada del Hospicio Cabañas (Instituto Cultural, pues). La charla de aquel día nos llevó a la identificación de una amistad común: Víctor Manuel Pazarín. La historia de este reencuentro lo tengo escrito en otro post, los invito a que lo lean. La cosa es que nos fuimos a vivir todos juntos a una misma casa. Esa casa la considero mi formadora y forjadora de mis letras y mi carácter como escritor. Pues bien, una de las cosas que aprendí entre estos amigos poetas, fue que no debíamos optar por el lugar común, las palabras y expresiones que se usan en el medio del pueblo.

Tal exigencia caló en mí de manera profunda. Terminé forzándome a decir las cosas de otra manera: la mía. Esta condición de escritor se produjo de tal manera tan natural que he criado así a mis hijos y ellos no se han dado cuenta. Ya llevan el germen de la voz propia y yo soy feliz.

El día abre la mano

Ayer me enfrenté a una especie de espejo indeseado. Charlé con mi hijo Aarón y puntualizó mis faltas de hombre maduro. La charla (no él) me hizo sentir un inútil en cierta manera. Un malestar que ahora que lo recuerdo y escribo surge de nuevo claramente áspero y amargo. ¿Para qué me ha servido escribir tanto? Me ha servido para manejar mejor mi pensamiento. Pero, aquí está un problema, no me ha llevado a la acción, al menos hasta ahora. Mi tiempo pasa suelto y amorfo, no es como el de mis amigos los prácticos (no hay ningún eufemismo aquí) que lo han estructurado y se han dedicado a él y han logrado ser profesionistas respetados con automóvil y toda la cosa. No es como el de mis amigos los escritores que lo han estructurado y han logrado una posición dentro de su mundillo (como le decimos) y han logrado ser o tener una posición en la que viven bien plantados.

Yo, indeciso entre ambos mundos, he quedado al garete sin nada entre mis manos y estas pocas palabras.

Deseos

En casa, durante mi infancia, mi padre nutrió mi espíritu con música e imágenes. Me contaba que durante el embarazo de mi madre, él compró varios discos LP para hacerlos míos (los rotuló con no sé qué sistema eficaz). Guillermo Ochoa Rodríguez, decían en la portada. Recuerdos sólo dos discos de esos: La Quinta sinfonía de Beethoven y Las Cuatro Estaciones de Vivaldi. Fue tan acertado su regalo que siempre me encantó la música toda (bueno…).

También en casa había libros, enciclopedias con imágenes de los grandes pintores. Se hablaba de vez en cuando, entre amigos de mis padres, sobre estos pintores, vida y obra. Mi admiración a su obra también era sincera.

Yo desee, en mi primera infancia, ser músico y pintor. Mis padres también así lo desearon y me enviaron a clases con el maestro Telésforo Martínez, padre y abuelo de excelentes músicos locales. Yo deseaba tocar algún instrumento, lo malo fue que las clases básicas tenían en consideración el aprendizaje del solfeo, básico para cualquier músico, pero aburrido para mí. Fracasé. Pero mis intentos volvieron tiempo después y acudí a las clases de órgano con la maestra Mireya Cabeza de Vaca. Mal oído, mala destreza digital, me hicieron abandonar para siempre mis deseos de aprendizaje formal de la música. Sin embargo, la guitarra me traería mejores satisfacciones. El maestro Rafael Benítez en el bachillerato me aceptaría en la rondalla del Tecnológico cuando yo cursaba el bachillerato. Tuvimos múltiples presentaciones y eso fue satisfactorio para mí.

En las artes plásticas mis intentos llegaron a copiar caricaturas que me gustaban y, después, aventurarme a mis propias creaciones. Dibujaba mucho, mi madre me alentaba. Vecinos me enseñaron algunas técnicas fundamentales del dibujo. En la secundaria conocí los dibujos de mi amigo y compañero Pedro Mendiola, me sentí apabullado con su capacidad para el dibujo. Avergonzado ya no quise seguir desarrollándome. Creo que ahí comencé a abandonarlo todo.

Música y dibujo, mis anhelos primeros. Terminaría optando por las letras en las que aspiro, de alguna manera, a la musicalidad y la plasticidad de la imagen. Ahí sí tengo satisfacciones totales.

Conclusiones fotográficas

Conclusiones tras haber terminado el taller de fotografía de Rafael del Río.

  1. La asignación de un proyecto y todo lo que él conlleva (la planeación, la justificación, la visualización de nuestras tomas y nuestros resultados). Es decir, los tiempos y las acciones y hasta las reflexiones, cosas que hacemos sin la cámara y previas al disparo. Hacer todo ello me hicieron pensar que en realidad debemos aspirar a sentirnos como verdaderos fotógrafos y no como meros capturistas de imágenes.
  2. Dejar ya a un lado el «pisa y corre» (hacer un foto e irnos a tomar la que sigue). Darle tiempo a una sola imagen aún cuando esto suponga hacer varias tomas. Darle vuelta a las cosas, dejar pasar el tiempo, buscar la mejor composición, buscar la mejor distribución geométrica de los objetos y, sin olvidarlo, dejar que el azar participe en todo ello. Tener en mente que desplegaremos todas estas posibilidades que fotografiamos para quedarnos, al final de cuentas, tal vez con una, con la mejor.
  3. Dejar de ser un capturista de instantáneas. Entiendo por estas, aquellas fotos que no tienen planeación alguna, que las hacemos al momento sin ninguna intención más que capturar algo anecdótico. Buscar algo más profundo y para ello debemos convencernos de la responsabilidad de ser testigos y creadores frente a esa realidad que se despliega ante nosotros exigiendo ser interpretada. Ya no buscar hacer sólo fotos bonitas.
  4. Si por un lado ya atendimos a los elementos internos de la composición fotográfica (el encuandre, los elementos dispuestos dentro de nuestro cuadro, su relación correspondiente en ese espacio que les hemos asignado), debemos ya entender que tales disposiciones no son la finalidad última de nuestra foto. Esos entramados deberán ser el sostén físico para lograr mostrar al espectador una obra más social y con más impacto que las estéticas que conseguíamos con anterioridad a este taller.
  5. La visualización del color como una «palabra» más dentro de nuestro discurso plástico. Considerar las tonalidades resultantes para lograr una homogeneización de las fotos en grupo. Si hay saturación, continuar con los tonos fuertes; si hay difuminación, seguir con esos colores diluidos; si hay sólo blanco y negro… ¡no mezclarlo con colores!

Borrachos

Víctor Manuel y yo visitamos a su amigo (¿cómo se llamaba?), el crítico de ópera. Él había señalado que la traducción al español de los cuentos completos de Edgar Allan Poe hecha por Julio Cortázar superaba al original. Pues bien, salimos de su casa ya en la noche para irnos a la nuestra en Gómez Maraver. Víctor y su amigo charlaban en el dintel de la puerta de salida. Yo vi a unos jóvenes tambaléandose de borrachos venir a lo lejos. Se acercaban. Al pasar junto a nosotros vimos que cada uno de ellos traía en la mano una caguama (cerveza tamaño familiar). Eran cuatro, todos ellos ciegos, ciegos de verdad. Si no esperas lo extraordinario, nunca te sucederá, había dicho Lezama Lima. Y ahí, en las calles nocturnas de Guadalajara se paseaba lo extraordinario.

El día abre la mano

Ayer me enfrenté a una especie de espejo indeseado. Charlé con mi hijo Aarón y puntualizó mis faltas de hombre maduro. La charla (no él) me hizo sentir un inútil en cierta manera. Un malestar que ahora que lo recuerdo y escribo surge de nuevo claramente áspero y amargo. ¿Para qué me ha servido escribir tanto? Me ha servido para manejar mejor mi pensamiento. Pero, aquí está un problema, no me ha llevado a la acción, al menos hasta ahora. Mi tiempo pasa suelto y amorfo, no es como el de mis amigos los prácticos (no hay ningún eufemismo aquí) que lo han estructurado y se han dedicado a él y han logrado ser profesionistas respetados con automóvil y toda la cosa. No es como el de mis amigos los escritores que lo han estructurado y han logrado una posición dentro de su mundillo (como le decimos) y han logrado ser o tener una posición en la que viven bien plantados.

Yo, indeciso entre ambos mundos, he quedado al garete sin nada entre mis manos y estas pocas palabras.

Lenguajes y pose

Hoy tuve un día difícil y cansado. Por lo menos tengo tiempo para extraer una reflexión. Si bien no lo será sobre lo vivido, sí sobre lo escrito. La primera frase de este texto tiene algo de íntimo y de pertenecer a ese grupo de escritos que van conformando el «diario personal». Y aquí inician las intenciones de esta reflexión. Creo que algunas veces quise emular esta forma de escritura (que no el diario en sí) pero no lo logré nunca. Y es que esos tonos para mí deben surgir naturales, como en el habla de diario, de la calle. Pero no, casi siempre hay como un remedo, como una grandilocuencia producto del «yo soy un escritor escribiendo» que nos hace adoptar palabras y tonos artificiosos como buscando la inmortalidad (sí, así de exagerados somos).

Así que termino por no seguir ese camino, abandonar aquello que sé que de antemano será un fracaso. Y pienso, irremediablemente, en aquellos amigos que son tan artificiosos hasta cuando escriben una sola palabra. Pareciera que les resulta muy difícil ser naturales, ser sencillos, dejarse de cosas y abandonar a aquel inmortal que quieren ser.

Por otro lado están (o debería decir: «está», recordando a una persona muy específica) aquellos que realmente logran despojarse de la toga y salen desnudos a escribir aquello que son cuando no son escritores, verdaderos seres humanos sin máscaras ni aspiraciones de chingonería.

1 de octubre

Llueve.
Ya casi es de noche.
Hoy otra vez
es mi cumpleaños.

Es casi igual que siempre,
pero no,

hoy estoy más
solo,
encerrado
en un reloj
de arena.

Me voy convirtiendo
en el grano
que se va quedando
solo
para cruzar
la cintura mediana
de este cristal
que me oprime.

Pronto caeré,
me sentiré
volar por unos instantes
y estaré de nuevo
junto a mis amigos
que abandoné
durante años.

Volveré
a estar acompañado
¿o es que este túnel
se seguirá estrechando
hasta cerrar el
paso a mis deseos?