El día abre la mano

Ayer me enfrenté a una especie de espejo indeseado. Charlé con mi hijo Aarón y puntualizó mis faltas de hombre maduro. La charla (no él) me hizo sentir un inútil en cierta manera. Un malestar que ahora que lo recuerdo y escribo surge de nuevo claramente áspero y amargo. ¿Para qué me ha servido escribir tanto? Me ha servido para manejar mejor mi pensamiento. Pero, aquí está un problema, no me ha llevado a la acción, al menos hasta ahora. Mi tiempo pasa suelto y amorfo, no es como el de mis amigos los prácticos (no hay ningún eufemismo aquí) que lo han estructurado y se han dedicado a él y han logrado ser profesionistas respetados con automóvil y toda la cosa. No es como el de mis amigos los escritores que lo han estructurado y han logrado una posición dentro de su mundillo (como le decimos) y han logrado ser o tener una posición en la que viven bien plantados.

Yo, indeciso entre ambos mundos, he quedado al garete sin nada entre mis manos y estas pocas palabras.

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