Vértigo en tres actos

Luz artificial

En la noche la luz amarilla cubre todo con su grueso polvo revelador. La calle recta es una flauta con su largo costillar lleno de agujeros amarillos (resultado de las lámparas que la iluminan). Las recámaras inflaman su segundo espíritu tras encender un foco, como globos dentro de la carpa de un circo. Es este desplazamiento (que como un sacudión da la luz a las ánimas de los objetos) el que nos hace ver como una radiografía sus estructuras atemporales.

Tiempo limitado

Para la vida de un hombre es suficiente: la geografía de las montañas que lo circundan permanece inalterable a pesar de las inclemencias climáticas. Se antojan divinas, pues, las tijeras que recortaron las siluetas de los volcanes. Aquellas cambiantes nubes extienden sus figuras por instantes y por eso otorgamos a los cerros el sinónimo de eternidad (sin que esto sea sólo un calificativo).

La grieta

No sé cuál es el atractivo de la grieta, si precisamente cada que vuelvo la encuentro más larga. «La cosa ha cambiado«, me digo. Y esa es suficiente evidencia. Sin embargo, vuelvo. ¿Qué es esta sensación de la contradicción entre luz, montaña y tiempo? En el fondo es mi vértigo por las edades, los transcursos del tiempo, una visioncita de lo que para Dios debe ser tan fijo como una estatua.

El día abre la mano

Ayer me enfrenté a una especie de espejo indeseado. Charlé con mi hijo Aarón y puntualizó mis faltas de hombre maduro. La charla (no él) me hizo sentir un inútil en cierta manera. Un malestar que ahora que lo recuerdo y escribo surge de nuevo claramente áspero y amargo. ¿Para qué me ha servido escribir tanto? Me ha servido para manejar mejor mi pensamiento. Pero, aquí está un problema, no me ha llevado a la acción, al menos hasta ahora. Mi tiempo pasa suelto y amorfo, no es como el de mis amigos los prácticos (no hay ningún eufemismo aquí) que lo han estructurado y se han dedicado a él y han logrado ser profesionistas respetados con automóvil y toda la cosa. No es como el de mis amigos los escritores que lo han estructurado y han logrado una posición dentro de su mundillo (como le decimos) y han logrado ser o tener una posición en la que viven bien plantados.

Yo, indeciso entre ambos mundos, he quedado al garete sin nada entre mis manos y estas pocas palabras.

Filosofía popular

  1. Los artistas en general han volcado su mirada hacia lo popular o lo cotidiano desde hace ya siglos. Mencionemos a Mozart que en sus óperas dejó de lado los grandes temas olímpicos (Zeus, Marte, etc.) para hablar de lo cotidiano, celos, amoríos, etc. que se vivían en la sociedad de su época. Dentro de la pintura, iba a mencionar a los artistas de principios del Siglo XX, pero recordé que sobre lo cotidiano ya los españoles (Murillo, Velázquez, etc.) habían tocado lo cotidiano también en sus obras. No es punto aquí indagar quién fue el primero entre ellos. La cosa es que sucedió y ahora todos lo sabemos.
  2. En terrenos de la filosofía (que no es terreno artístico, para nada) se han tocado los grandes temas (la existencia, la muerte, el amor, etc.) durante siglos. No estoy seguro de lo que aquí voy a afirmar, pero creo que esta disciplina del pensamiento no ha hecho lo propio en volcar sus formas hacia lo cotidiano. Claro que se me dirá que la filosofía toca todo aquello que sea significativo para el ser humano y que, por lo tanto, lo cotidiano no le es tema ajeno. Pero no me refiero a lo cotidiano como tema, sino al ejercicio mismo del pensamiento en lo cotidiano. Es decir, los filosófos no nos han enseñado a pensar a aquellos que no somos filósofos. Su divulgación debería lograr una pedagogía para el cotidiano. Que el público vulgar se enseñara a pensar, a formular sus propias preguntas e inquietudes, no sobre los grandes temas filosóficos sino sobre los problemas en los que a diario estamos sumergidos. Un enseñarnos a pensar por nosotros mismos para dar solución a lo que nos aqueja de manera inmediata y no en lo trasendental a lo que nos han acostumbrado.
  3. Creo que ya no queremos más sabiduría, ahora simplemente debemos formarnos nuestras respuestas y ya. (¿Habrá un público para esto?)

Viento

Vaya inutilidad, querer escribir no por registrar nuestro sentimiento, sino por querer revivirlo tal como lo tuvimos en su tiempo. Así escribo con la esperanza de volver a sentir el viento y no por querer plasmar algo sobre esta hoja.

Mi viento, ese que se me ha metido en el centro de los huesos, es un viento frío. Ese que logra una tensión cristalina de las moléculas del espacio y contacta todo aquello que nos rodea, un pulpo de luz seguro de lo que toca.

Sentir en la piel, en el pelo, el viento era para mí estar dentro de los paisajes de otros. El viento de mi Zapotlán me atrapaba, me convertía en su centro, y yo ya me sentía en los paisajes fríos de la Praga de Kafka o en las montañas eternamente verdes de la Irlanda de Joyce. Sentir el viento era posibilitarme en los inicios de la creación y andar el camino que aquéllos caminaron.

Relación mística, digamos, también el viento me hace olvidar que soy yo y me convierte en todo aquello que veo. La montaña, la nube y la luz. Me eterniza disolviéndome en el paisaje.

Estar, entonces, es potenciar las tres funciones receptoras: veo, respiro y siento. Ellas logran una bidireccionalidad que sólo se da en el ánimo: recibo y doy.

Sin embargo

Hay un tiempo que condensa nuestra historia con el presente. Pero hay también un catalizador que los unifica y comienza a perdurarlos, hablo del precioso rostro de una mujer que te contempla. Charlas con ella y el consumo del tiempo jamás había sido mejor aprovechado. Quieres inútilmente hacerle saber de todas tus satisfacciones de la infancia, de tus inquietudes de la adolescencia, de tus aciertos en la juventud; quieres hacerle saber todo ello, el tiempo en que ella no estuvo, pero sabes que se te agolparán las palabras y entonces le dejas saber la felicidad del que eres a través de la mirada.

Ahí la lógica es rota y sabes sin explicación alguna que ella comprende a tal punto tu silencio que permite entonces la unión sensual de los presentes. Besarse es un intercambio y una comprensión mutua de sus historias desconocidas. A través de su beso comprendes su dádiva y su herencia. Vislumbran mutuamente la construcción del Presente Eterno que no consume el vulgar tiempo corriente. El alcance de tal instante eterno reduce el espacio que les rodea tanto que sienten que el lado nocturno del planeta les pertenece.

El vértigo entre un tiempo eterno y un espacio reducido, les hace confundir sueño con realidad y la única certeza es que la separación que les sigue será siempre una ilusión con la que el destino se interpone inútilmente.

Ángela

No fue cuestión mágica, y hasta tiene su explicación lógica (que ni siquiera científica), pero en el sepelio de mi madre la vi a ella como una sombra, como una doble imagen de la gente que la acompañaba en su último adiós. Y no sólo eso, también mis ánimos la hacían viva cuando tenía yo cosas que contarle. «Ahorita que llegue con ella le contaré que vi a la mamá de Toño… Ah, no, ya no podré contarle eso«, terminaba concluyendo con tristeza.

Mi madre supuestamente ha muerto, pero no es así, está alrededor de las personas, como un espíritu, cubriéndolas a todas ellas que la conocieron, sonriendo, escuchando, charlando la plática eterna de quienes la quisieron, y reparte bendiciones como un ángel que se despide.

Palabras vivas

A lo largo de las lecturas y conversaciones (y talleres literarios) me he llegado a dar cuenta de que estoy frente a un escritor importante (que no necesariamente famoso o ni siquiera leído) cuando detecto que elige un sinónimo por otro cuando busca la precisión de su pensamiento y la activación justa en la mente de su lector.

Los sinónimos, pues, no existen. Cada palabra es única e insustituible. La elección de una de ellas depende del gusto del escritor, y su escritura va generando su estilo propio.

Tampoco el valor semántico asignado por el diccionario y la Academia es usado en su totalidad. Existen valores de uso social y particular muy sutiles nunca bien comprendidos del todo, pero sí «sentidos» a un nivel más orgánico y menos acartonado.

El valor sonoro también es tomado en cuenta al momento de la elección. La longitud silábica y el tono de la acentuación también son importantes. Todo ello en busca de emular el lenguaje hablado o hasta el mismísimo canto. La vida, pues, entrando en nuestros escritos en grado tal que ahora depende del lector encontrar esas sutilezas para lograr un verdadero diálogo con el autor.