A lo largo de las lecturas y conversaciones (y talleres literarios) me he llegado a dar cuenta de que estoy frente a un escritor importante (que no necesariamente famoso o ni siquiera leído) cuando detecto que elige un sinónimo por otro cuando busca la precisión de su pensamiento y la activación justa en la mente de su lector.
Los sinónimos, pues, no existen. Cada palabra es única e insustituible. La elección de una de ellas depende del gusto del escritor, y su escritura va generando su estilo propio.
Tampoco el valor semántico asignado por el diccionario y la Academia es usado en su totalidad. Existen valores de uso social y particular muy sutiles nunca bien comprendidos del todo, pero sí «sentidos» a un nivel más orgánico y menos acartonado.
El valor sonoro también es tomado en cuenta al momento de la elección. La longitud silábica y el tono de la acentuación también son importantes. Todo ello en busca de emular el lenguaje hablado o hasta el mismísimo canto. La vida, pues, entrando en nuestros escritos en grado tal que ahora depende del lector encontrar esas sutilezas para lograr un verdadero diálogo con el autor.