El tercer idioma

1. Mi hermana Argelia lo dijo claramente una vez: «tengo la sensación de que los otros, quienes no hablan nuestro idioma, en realidad están pensando en español como nosotros para poder entenderse a sí mismos» (una suerte de traducción instantánea y nunca bien aceptada de manera completamente consciente. Le dije que yo también había tenido esa sensación hace muchos años. Esta aseveración nos llevaba a pensar que, en el fondo, el idioma «correcto» a todas las culturas es el nuestro. Imagino que portugueses, italianos, guaraníes, zapotecos, deben pensar en algún momento de su vida esto, que su idioma es el correcto.

2. Terminando de aceptar que no hay tal, que los extranjeros piensan en su propio idioma y que no es necesario que recurran al nuestro para lograr tener ideas precisas. Aceptando todo ello, dejamos estas sensaciones de lado y seguimos con nuestra vida sin que ya nada nuble nuestra opinión sobre los otros que no hablan nuestro idioma. Pero llega el día en que, gracias a la tecnología televisiva, volvemos a las dudas ya no sobre el idioma de los otros, más bien al nuestro mismo (y al particular de los otros en su idioma, ya sin comparación con ninguno más). Me refiero a cuando escuchamos en español el doblaje de alguna película extranjera y, alguien olvidó apagar la aparición de los subtítulos, las letritas que aparecen debajo de escena. Leemos y escuchamos dos cosas completamente distintas, pero, a la vez, cercanas entre ellas y verdaderas en cuanto a lo que quieren decir. Pongamos por caso que escuchamos: «subí al elevador», pero leemos: «tomé el ascensor». La cosa es que el actor entra en ese mecanismo que nos permite subir los pisos de un edificio sin hacer esfuerzo alguno. Ambas frases (diferentes) dicen una verdad irrefutable.

3. Entonces tenemos la sensación de que nuestro idioma tiene limitaciones (de ahí esa supuesta ambigüedad), pero, rápidamente recurrimos a esta otra idea, debe haber otro idioma que no recurre en ningún momento a dicha ambigüedad (el acto mismo de caminar, entrar y hacer cerrar esas puertas corredizas) y que es común y anterior a todo idioma en nuestro planeta. Claro que la gracia de este idioma es que no puede ser pronunciado (su precisión perdería certeza al ser pronunciado, volcado a una serie de sonidos). Obvio, pues, es que tampoco tenga nombre, y con ello casi rayamos en su no existencia, pero seguimos creyendo que existe y a él recurrimos todos cuando hablamos con mayor conciencia.

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