La libertad

Liberar el cuerpo

Lectura realizada en el Portal Morelos de Colima ante la Academia de Filosofía de Colima

Prólogo

El cuerpo ¿carga o fuente de gozo? Cada uno tendrá sus propias respuestas o sus quejas, pero es indudable que necesitamos de él para poder vivir o más: para poder ser. Algunos han visto en el cuerpo el origen de todos nuestros males y no son pocos aquellos que afirman lo contrario: el cuerpo es el origen de todos nuestros deleites.

Nosotros, occidentales cristianos, vemos en el cuerpo la fuente de todo pecado, pero también la posibilidad de la salvación a través del matrimonio. Aquí manejaremos una tesis diferente que implica la responsabilidad del cultivo propio a través de la cultura.

La reunión de las palabras “cuerpo” y “libertad” nos da la posibilidad de hacer un juego de palabras que va más allá de una simple diversión. Ha puesto en acción decisiones que muchos de nosotros hemos tomado para hacer con nuestro cuerpo diversos ejercicios que van desde la mortificación hasta la convivencia armónica con el universo. Aquí repasaremos algunas de estas opciones.

No deseo que se vea en la fórmula final una guía a seguir para alcanzar la libertad. Simplemente quiero mostrarles aquí lo que encontré en este recorrido al preguntarme sobre cómo alcanzar la libertad de manera activa a través de la apreciación de lo mejor que todos los hombres hemos hecho a lo largo de la historia.

El cuerpo como símbolo

Buena parte de la historia de las culturas y las religiones podría narrarse como la historia de la concepción que cada una de ellas le da al cuerpo humano. Los extremos van desde su disfrute como experiencia mística (cuyo ejemplo más conocido es el hinduismo), hasta su visión como fuente de todo mal y pecado, impuesto por el cristianismo.

Hablar del cuerpo implica también hablar del alma como antagonista irreconciliable (para el pensamiento lógico occidental) y a partir de ahí, de esa dicotomía, se desarrolla una compleja estructura que calificará de bueno o malo tal o cual elemento de la realidad y la cultura. Los aspectos relacionados con el alma serán calificados como “buenos”, mientras que los del cuerpo pueden ser un medio para llegar a conocer aspectos espirituales (así se califica al matrimonio cristiano) o bien pueden ser francamente clasificados dentro de la maldad.

Esa clasificación que se le da al cuerpo o al alma los tornan en símbolos. Básicamente el alma es un símbolo de bondad, mientras que el cuerpo lo es de la maldad y como tal cada uno merece un trato particular a partir de esta simbolización. La maldad debe ser derrotada y no se excluirán los castigos físicos o la autoflagelación para, atormentando el cuerpo, liberar el alma, ser bondadosos. La contradicción es rápidamente evidente, mas no nos detendremos a explicarla ahora.

El símbolo cristiano del cuerpo dentro de esta bipolaridad acompaña el pensamiento occidental desde hace cientos de años y tal apreciación continuará dentro del resto del presente escrito.

Liberarse del cuerpo

El “divisionismo” lógico en que ha caído la sociedad occidental desde los tiempos de Aristóteles, nos ha llevado a considerar, mediante la vieja fórmula del “esto no es aquello”, que hay una división irreconciliable entre cuerpo y alma. Pero detengámonos, primero, en unas consideraciones generales sobre la percepción de lo que es el cuerpo. No hay duda de que cuando decimos: “este soy yo”, podemos muy bien llevarnos la mano al pecho y señalar que lo que está detrás de las yemas de mis dedos soy yo. Ese cuerpo que tocamos somos nosotros. Pero hay una limitación que nunca es bien resuelta. Preguntemos: “¿este brazo, es tuyo?”, la respuesta es . Sigamos preguntando, ese brazo ¿eres tú? La respuesta será no. Si acabamos de apuntarnos el pecho para decirnos que ese somos nosotros, ¿por qué responder negativamente cuando cuestionamos si ese pecho eres tú? ¿Quién somos al final de cuentas, pues? La conclusión final pareciera ser que no somos este cuerpo, sin embargo, tampoco nadie afirmaría esto último. Más allá, pareciera que somos algo muy adentro del cuerpo que no es el cuerpo mismo. No soy mi cerebro, no soy mi corazón. ¿Algo entonces que llamamos “alma”? Todo orilla a que sí, el alma es lo que en verdad somos profundamente. Si está esto que es mi cuerpo, pero no soy yo, es fácil advertir lo que sigue a esta conclusión rápida y poco profunda. Si hay una parte que soy yo y otra que es mi cuerpo, liberar a este último puede ser la cosa más sencilla de lograr.

Salida y ejemplo nos la han dado los místicos, por un lado y los drogadictos, en el extremo opuesto. Estados anímicos o espirituales que “ensimisman” al alma a grado tal que puede uno olvidarse de su cuerpo y alcanzar, tan siquiera por unos instantes, estados de liberación que no son naturales y que, a la larga, tampoco tiene una utilidad dentro de este mundo ya que el nuestro es definitivamente un mundo físico en el que vive nuestro cuerpo. Si negamos nuestro cuerpo, pues, sencillamente no podremos vivir en este mundo. Altos estados mentales o trastornados tienen su propia existencia allá, pero inútiles.

Liberar el cuerpo es, por otro lado menos divino, dejarlo a su suerte, abandonarlo porque nosotros estamos seguros que no nos permite la libertad tan deseada. Sencillamente si él es la carga que me ocasiona todos mis malestares, pues he de abandonarlo para dejar de sufrirlo. Silogismo dañino, el alacrán picándose a sí mismo. Los malestares que ocasiona el dejar al cuerpo a su suerte repercuten directamente en la salud de uno y uno no es otra cosa que el cuerpo mismo, a pesar que se le niegue, como se ha venido desarrollando a lo largo de estas líneas.

Hay liberaciones extremas y una de ellas es la negación del cuerpo a la que llegan los místicos hindúes. Creo que todos conocemos aquellas personas que hacen actos extremos con su propio cuerpo. Todos tenemos más o menos la imagen de un yogui hindú flaco, con un turbante y descuidado por completo en su aspecto. Recordarán que hubo uno que para comprobar que el cuerpo es pura ilusión se deshacía de él simplemente subiendo la mano por arriba de su cabeza y diciendo que jamás la volvería a bajar. Cumplió de tal manera su promesa que donde antes había una mano ahora había un nido de pájaros que ahí habían asentado su nuevo hogar. Ejemplos como estos hay varios, la negación del cuerpo es evidente, pero no llegan a la verdadera y extrema negación: el suicidio.

La máxima liberación es deshacerse de una vez y de un golpe del cuerpo. El suicidio es la meta final a la que pocos se atreven a tomar. ¿Será que al fin de cuentas se acepta que este que soy yo también es mi cuerpo? Suicidarse, desde nuestro punto de vista sería tener la más grande confianza en que yo no soy mi cuerpo y que, a través de su eliminación, podré, ahora sí, ser verdaderamente libre para siempre. Lo malo es que no hay nadie ni método alguno que nos asegure que tal libertad existe. ¿En qué consistirá, pues, la liberación del cuerpo que hemos venido tratando a lo largo de estas líneas?

Liberar el cuerpo, concluimos, tiene un engaño que parte de la consideración de que mi cuerpo no soy yo. Los diversos caminos que se recorren para liberarse del cuerpo llevan todos a un daño a nuestro cuerpo mismo en aras de una libertad imposible. La liberación del cuerpo debe consistir en otra cosa y es, precisamente, partiendo de la consideración de aceptar el propio cuerpo como la base del ser aquel que somos.

Liberar el cuerpo

La división aquella de la que hemos venido hablando entre el alma y el cuerpo es producto de un racionalismo extremo que tendría su origen en la filosofía griega, siendo su principal fundador Aristóteles, al que bien podríamos bautizar como El Lógico. Recientes descubrimientos en terrenos de la fisiología, y necesidades filosóficas que se venían marcando desde mediados del siglo XX, nos hacen suponer que la separación entre cuerpo y alma es artificiosa e inútil. Considerar al cuerpo en perfecta correlación entre él y el alma humana, nos puede llevar a decir que lo que somos es el cuerpo y el alma juntos. Si bien, no soy mi mano ni mi corazón, no puedo concebirme fuera de este cuerpo. ¿Afirmación materialista de las cosas? Puede ser, ya que no encuentro una vivencia real fuera de este mundo material. ¿Pueden mostrarme una idea sin que se comunique por algo material? Sin embargo, esto no quiere decir que la materia o, para ser más precisos y acorde con nuestro discurso, el cuerpo tenga una vida propia e independiente del alma o del pensamiento. Partamos de aquí, lo que nosotros pensamos (conciente o inconcientemente) determina lo que hacemos con el cuerpo. Italo Calvino lo había dicho de otra manera más moderna, a la altura de nuestros tiempos computacionales: “el software es el que manda”.

Somos, pues, cuerpo y alma. Imaginen por un momento un alma sola, ¿tendría influencia en este mundo material? Ahora imaginen un cuerpo sólo ¿quién lo movería? ¿no es esto un cuerpo muerto? Cuerpo y alma, no dividamos, pero observemos que mientras el primero se deteriora con el tiempo, la segunda se puede ir perfeccionando. ¿Contradicción entorpecedora? Antes que verla como una desventaja, puesto que ¿para qué sirven los ánimos alebrestados del alma si el cuerpo no puede responder a ellos? Antes que una desventaja, deberíamos aceptarlo como una naturalidad. En esa aceptación está la clave para la liberación del cuerpo, una liberación más real puesto que está acorde con una realidad imperiosa e innegable.

Partir de la aceptación nos hace sentir mucho más seguros, lejos nos encontraremos ya de las suposiciones que sobre el cuerpo como carga que hacíamos anteriormente. Suposiciones que dañaban, como lo mostramos. Aceptar el deterioro corporal es concluir que, como es esto con lo que cuento, puedo trabajar con él y desde ahí construir mi libertad. Recordemos las palabras de José Gorostiza cuando se refería al tablero de ajedrez y a las partidas que en él se pueden desarrollar. El límite del tablero es ocho por ocho casillas, pero de ahí se pueden proyectar un sin número de movimientos. Recordemos que la libertad tiene sus limitaciones, pero que a partir de dichas limitaciones se puede construir el infinito.

La idea de la construcción nos hace pensar en la acción, no en la pasión. Podrán limitarnos y no es, precisamente, esta limitación la que nos lleva a la libertad. Lo que nos lleva a la libertad es lo que podemos desarrollar dentro de esas limitaciones. Nuestro cuerpo se deteriora, ¿qué podemos hacer con él? Y debería mejor cambiar la palabra podemos por debemos, y con ello destacar el papel activo de la construcción de mi libertad. Mi cuerpo se deteriora día con día ¿qué debo hacer con él?

Ya habíamos señalado que el cuerpo necesita del alma para funcionar, pues bien, creo que la liberación del cuerpo, que parte de su aceptación, sólo puede darla el alma (por favor, lean la palabra alma lejos de cualquier dejo religioso). Mientras más crezca el alma más en libertad esteremos. Es este el punto, pues, principal de todo este discurso, ¿qué hacer para que el alma crezca y todo lo que somos (el cuerpo incluido) se sienta verdaderamente liberado?

El cultivo de nuestra alma, algo similar al cultivo de las plantas: cuidar, proteger, amar; es primordial para libertar nuestro cuerpo. Cultura y cultivo jamás fueron un sinónimo más cercano, nuestra alma necesita cultura, que no es sino otro de los nombres de la comunicación, del estar en comunión con el otro. Saber lo que hace el otro (ya en este tiempo o en tiempos y espacios lejanos) es apenas una vía que trasladará nuestra alma a sentimientos de pertenencia, de saberse parte de algo más grande que nosotros mismos.

El sentimiento de la pertenencia da sobre todo una seguridad que nos permite seguir construyendo nuestro ser y es en esta dialéctica que encontramos el grado máximo de la libertad: logramos ser lo que somos al recibir de los demás lo que han producido sus espíritus y a la vez somos emisores de nuestro ser por el simple hecho de estar recibiendo activamente los mensajes que nos dieron los otros.

Resumiendo podemos enumerar el camino recorrido hablando de la liberación del cuerpo (que no es otra cosa que decir la liberación de mi persona). Aquí los puntos tratados a lo largo de esta lectura.

  1. Reconocer que no somos ni cuerpo ni alma, sino la convivencia de ambos.
  2. Aceptar las limitaciones de nuestro cuerpo.
  3. Quien liberará al cuerpo es el alma.
  4. El alma se cultivará de la cultura, que no es otra cosa que la emisión de los quehaceres de otras almas.
  5. Estar atento a lo que los otros hacen ya en nuestros días o en días pasados y espacios lejanos nos arroja a un sentido de pertenencia.
  6. Dicho sentido de pertenencia nos hace sentir partícipes de la historia de la cultura.
  7. Es esta dialéctica y este sentido de pertenencia lo que nos da la sensación de libertad más certera y profunda que puede existir.

Se advierte que al tener ya esta sensación de libertad producto de una participación activa que nosotros (cuerpo y alma) hemos logrado, ya no estamos en momentos volátiles, como los de los místicos, si no en algo más duradero ya que bastará recordar que lo logrado a lo largo de un recorrido, fue resultado de nuestras propias fuerzas, un poner en acción esa potencia que somos con la finalidad de lograr el fin supremo de todo individuo: la libertad.

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