El día de ayer, 19 de septiembre (2010), estuve en mi pueblo natal. Mi hijo y yo decidimos hacer un recorrido fotográfico por siete templos, como las siete visitas que con regularidad la gente hace en Semana Santa a las “siete casas de Israel”. Comenzó nuestro recorrido en San Pedro, pero al llegar al centro de la ciudad nos topamos en el Sagrado Corazón con una gran figura de aserrín que nos indicaba que algo iba a suceder o ya había sucedido. Tras recorrer un poco el jardín principal y sus nuevas fuentes nos dimos cuenta de que había mucha gente guarecida en la Catedral y en el Portal del Gallo Bañado. Eso nos hizo sospechar que dicha gente estaba esperando algo. Pronto reparamos en que, efectivamente, todos esperaban participar en un suceso: la conmemoración de aquel fatídico e inolvidable 19 de septiembre de 1985.
Conmemoración (1)
19 de septiembre de 2010. Nuestro plan original, de mi hijo Allan y mío, era tomar fotos de siete templos como las visitas de Semana Santa. Nos detuvimos en el Sagrado Corazón intuyendo que algo pasaría. Nuestro proyecto se vio truncado a la vez que enriquecido puesto que hice mi primer reportaje gráfico en forma.
Llegamos justo cuando la figura conmemorativa había sido terminada. Acerrín de colores pintaban en el suelo figuras de humanos tomados de las manos recordando la solaridad que entre los sobrevivientes se había dado aquel año del 85. La lluvia comenzaba y amenazaba con ahuyentar a todos los feligreses. Las imágenes peregrinas fueron rápidamente resguardadas. El padre Salvador preguntó si hacían la conmemoración dentro del templo (justo cuando sus ayudantes removían la tarima que serviría de foro). La gente respondío que no, que ya habían soportado otras calamidades. “Somos josefinos, padre”, reclamaba una señora asegurando con ello que lo podían todo. “Ustedes mandan”, respondió el sacerdote y comenzó todo en el atrio del templo.
Conmemoración(2)
La lluvia, afortunadamente, había aminorado. La gente respondió al llamado del altavoz que indicaba se fueran reuniendo en el atrio de la iglesia. Poco a poco fueron llegando, los voluntarios tiraban las últimas rayas amarillas del sol que irían agrupando a las cuadrillas de danzantes. Las imágenes peregrinas del Señor San José y de la Virgen ya estaban dispuestas sobre la tarima móvil, algunas veladoras eran encendidas.
Bajo el cielo nuboso de Zapotlán y bajo la mirada del Padre Salvador, los fieles estaban ya dispuestos a comenzar la conmemoración de aquellos terribles hechos.
Conmemoración (3)
Los recuerdos comenzaban a aflorar tras escuchar las lecturas de un par de chicas. Niñas pequeñas preguntaban a sus abuelos los motivos de la conmemoración y el porqué de la solicitud de protección al Señor San José de los temblores. Las fechas recordaban aquellos añejos acontecimientos que forjaron el espíritu del zapotlense, 1747, el encuentro de las imágenes y, dos años después, la protección y la fiesta juramentada a nuestro patrono santo.
La banda de guerra sonaba lamentadora removiendo las entrañas por los muertos que ya no contaron su propia historia. El reloj de cartón marcaba la fatídica hora de 1985 cuando comenzó todo y terminó mucho. La lluvia volvía y los paraguas se hicieron notar.
Las palomas eran tantas que se veían dispuestas a repetir el día de Pentecostés con los feligreces quienes parecían indiferentes a lo que el cielo les brindaba.
Conmemoración (4)
Luego de terminar las lecturas y el recuerdo de los peores temblores que han afectado a nuestra ciudad, y tras seguir las indicaciones del organizador (¿un seminarista?) las diversas cuadrillas de sonajeros y danzantes salieron a la catedral para celebrar la Santa Misa. Cada contingente iba representando a los otros pueblos que habían caído también en desgracias naturales. Ahí iban Haití, Monterrey, Veracruz, etc. Al final nuestra ciudad, claro. Este contingente, con el que se cerraba todo, fue el que más bailó en el atrio de la iglesia.
La lluvia volvía y todos querían apurarse, sin embargo, nadie desistió de completar la corta procesión.
La chirimía dictaba el paso sonora y rítmica. Aquí también presento los sonidos de dicho instrumento popular y encantador. La lluviecita arreciaba, nuestro Señor San José había sido recordado como infalible protector de los temblores, pero ¿quién lo cuidaría a él de la lluvia? Un espontáneo y anónimo protector ofreció su paraguas al Padre Protector.