Alberto Cárdenas Jiménez

Alberto Cárdenas Jímenez (foto de internet)

Quiero comenzar este post diciendo que me siento muy contento de haber logrado esta entrevista. Significa mucho para mí el haber logrado entrevistar a mi amigo (sí, sí puedo decirlo así) y paisano Alberto Cárdenas.

Alberto nos habla en su charla sobre sus inicios como deportista en el famoso Club Kostka, cercano al barrio Núñez, calle Leandro Valle. Seleccionado de voleibol por parte del tec, era algo un tanto natural, dada su estatura. Para él ser de Zapotlán, el Grande, es motivo de mucho orgullo e, inseparables, también es devoto del Señor San José, patrono de nuestra ciudad.

Tengo más identificación con él que sólo el lugar de nacimiento, pero no vendré aquí a hablar de ello. Sí señalaré que ambos estudiamos en el Tecnológico de Ciudad Guzmán, fuente de tantos y tantos profesionistas que han conformado la fisonomía administrativa y tecnológica de nuestro país. Somos gavilanes, sí señor.

Uno de los logros más destacados de Alberto, fue el haber encabezado la formula panista que destronaría al PRI en su continuidad de gobernaturas en Jalisco. Ingresó al partido albiazul dadas las injusticias y corruptelas políticas que le llevaron a sentir en carne propia la pérdida de patrimonio familar.

Debo admitir que me sorprendió gratamente la calidez de su trato y la sencillez de su persona. En ese tono nos cuenta sus felices determinaciones que le llevaron a lograr cosas que parecían imposibles para muchos en su tiempo y que, sin embargo, él logró hacer realidad en cada una de las secretarías que ocupó.

Después de enterarnos de sus logros como gobernador, debemos admitir que Jalisco fue otro ya para siempre. Bendiciones para nuestro amigo y gracias por sus aciertos.

Alberto, habla y recuerda

Mariscal de las artes

Charla con Pedro Mariscal, normalista y promotor del arte en Zapotlán. Deliciosa plática en la que recordamos tiempos allá en el CREN. Paso por las funciones y los objetivos agrarios del normalista, las vivencias en el tren como un romántico objeto de transporte (no sólo físico).

Memoria también de personajes que ya se han ido y que nos marcaron como estudiantes y seres humanos. También jóvenes activos que apuestan por el arte en nuestra ciudad y región.

Están presentes en su palabra la preparación en las letras para los chicos de la primaria, las artes escénicas, la pintura y hasta la radio como medio de difusión de todos estos acontecimientos en la Ciudad.

Sin duda una de las mejores entrevistas que he tenido hasta el momento.

Mariscal de las artes

La barba de mi papá

En todos mis recuerdos (hasta en los que no fueron míos: una fotografía en su soltería) mi padre siempre aparece con bigote. Sólo en una ocasión llegué a verlo con barba. Recuerdo (tal vez mal) que venía de la casa de su hermano José cuando éste también vivía por la calle Núñez. Fue sorpresivo para mí verlo barbón así de golpe, jamás noté el proceso de crecimiento de sus pelos. El verlo así, en esa situación extraordinaria, hizo de él, en definitiva, un individuo igual a cualquier otro. Sabemos que de niños nuestros padres son seres intachables, poderosos, únicos, etc. Ya luego el tiempo se encarga de hacernos saber que no lo son tanto, también ellos tuvieron debilidades, errores y frustraciones. Son en realidad seres comunes, lo sabemos porque se parecen a nosotros.

Stop and play

A finales de los años 70 eran ya habituales las radio-grabadoras que utilizaban cassettes. Muchos nos dimos vuelo grabando las canciones que tocaban en la radio para tenerlas para siempre y gratis con nosotros. Pues bien, el problema de grabar en esas cintas residía en que si querías saltarte a otra canción más adelante de la que estabas escuchando tenías que adelantar el bobinado del cassette hasta llegar a donde deseabas. En muchas ocasiones te pasabas y tenías que regresarte. La cosa es que tenías que manipular los botones de adelante, atrás y play repetidamente. Nosotros, en mi familia, nos habituamos a oprimir el botón stop antes de cualquier otro para parar su ejecución. Con eso, pensábamos, tratábamos de la mejor manera a nuestro aparato reproductor para que durara mucho tiempo. De modo que me pareció todo un escándalo cuando mi amigo de primaria, el Chapu, oprimía uno u otro botón de adelante o atrás o play sin tocar para nada el de stop. Sin duda una costumbre familiar, tal vez esos fueron los primeros signos evidentes de que de una familia a otra somos diferentes.

Orgullos personales

Existen cosas de difícil comprensión. Una de ellas la utilizaré en este inicio de texto para continuar desarrollando un orgullo raro.

Pues bien, yo viví en mi pueblo natal hasta los primeros años de mi juventud. La cosa es que cuando llegué a otras tierras yo notaba que la luz de sus lámparas de calle era muy diferente comparadas con las de mi pueblo. Yo veía (y aquí está la fuente de mi tonto orgullo incomprensible) la luz de mi pueblo debilucha y amarillenta, en nada comparable con la blanca y potente de Tepic, Guadalajara, Colima. Un signo de atraso tecnológico y en ese atraso, la base de mi orgullo. ¿Cómo era esto posible? Ya hoy que vuelvo a ver esa luz nocturna y callejera, me doy cuenta de que es la misma. Mi orgullo no tiene mayor fundamento que una subjetividad inflada con aires inexistentes.

Otro caso lo escuché en mis años de estudiante en el bachillerato. Estudiábamos en el Tecnológico de Ciudad Guzmán, institución de prestigio sólido en buena parte del occidente de la república. Tal era su fama que era habitual encontrarnos con estudiantes de otras latitudes. Claro que estaban los de Jalisco, allende la Capital. También había algunos cuantos de Nayarit y Michoacán. Colima no podía faltar y era la entidad que más aportaba a esta institución. A uno de esos estudiantes le escuché decir en una ocasión (él era de Manzanillo y había pasado ya el terremoto del 85): «no, los temblores no se comparan con los huracanes, los terremotos duran unos segundos, los ciclones son interminables». Lo decía con ese orgullo que quería hacer crecer el espíritu de su localidad como si se tratara de algo inherente a la gente, algo producto de su industria y no de la naturaleza.

¿Cuánto daño nos hace esta falsedad cuando nos damos cuenta de que la hemos enarbolado para construir nuestra relación con los otros? La idiota forma de sentirnos superiores por algo que no hemos hecho, que ni siquiera es producto del ser humano. Ahora hablo en plural porque sé que es frecuente entre todos nosotros estos orgullos flacos y crecidos.

Editorial Novaro

Dentro de los regalos más entrañables que me hiciera mi padre en la infancia estaban unos «cuentitos» que yo leía una y otra vez. Si mal no recuerdo eran de la editorial Novaro. Hablaré aquí de los detalles que recuerdo.

Primeramente, cosa insignificante, en la portada había impreso un sello precolombino que pertenecía al hombre de Tlatilco. Creo que era un sello del Sindicato de Editores o algo así. Me parecía tan atractivo este hombrecillo que hasta ahora lo recuerdo. Presentaba su cuerpo entero (algo correspondiente con el neolítico europeo) y una cabeza cuadrada enorme con un par de cuadritos cada vez más pequeños dentro.

Estos cuentos/revista (¿cuántos serían, seis, siete?) tenían, al final, unos cuantos capítulos de la historia de Aladino y la Lampara Maravillosa. Nunca tuve la colección completa, pero ahí me enteré de que había más de un genio maravilloso que surgia no sólo de lámparas, también de anillos y de que había árboles con frutos de piedras preciosas. La ilustración no era de dibujos sencillos y eso le otorgaba todavía más de un ambiente misterioso que atinaba en su objetivo.

Antes de las aventuras de Aladino, los folletos estos tenían información varia. Ilustraciones de cómo se vestía la gente a lo largo de los siglos, cómo era la vida de los niños en la historia, y muchas de las fábulas más famosas de la literatura universal. Un conejillo ladronzuelo, un oso que lo perseguía, siempre metidos en problemas, pero felices.

Supongo que a la par de la compra de esos números mi padre compró (¿dónde habrá sido?) un libro de la misma editorial que me encantó y marcó para siempre mi gusto por la astronomía. El título y a no lo recuerdo, pero bien sigue en mi memoria. De él hablaré en otro post. Adelanto que eran biografías de Nicolás Copérnico, Galileo Galilei y un repaso por nuestro Sistema Solar.

Tiempos 2

¿Cuánto dura el encanto de las grandes ciudades? Vamos a ellas, nos impactan sus enormes edificios, el flujo interminable en sus calles, la cantidad infinita de personas. Nos atrevemos y participamos en su algarabía y hasta construimos un minuto de su historia. Tiempo suficiente para darnos cuenta de cómo nada aquí es permanente. Entonces huimos buscando algo más perdurable y volvemos siempre a la tierra, al polvo; a ese tiempo dilatado de nuestro pueblo donde, ahora sí, tenemos la certeza de lo infinito.

Poesía sonora

Hay, en muchos jardines públicos de nuestro país, bocinas conectadas a aparatos de sonido que amenizan las tardes en las plazas públicas de nuestras ciudades. En Zapotlán estos equipos de sonido llevan décadas existiendo en el Jardín Municipal. Ya mis primos mayores me contaban de estas músicas que escuchaban repetidas veces para ir a recibir la noche en compañía de padres, hermanos, amigos o novias. En cierta ocasión en que la «administración» de tales sonidos estaba a cargo de la hija de Tijelino (¿Silvia?) se me ocurrió la idea de pedirle una chanza para tocar los cassettes (gusto heredado por mi padre) con música ambiental y la lectura de poemas de grandes escritores universales. El tipo de música y la lectura de poesía me había sido inspirada por un programa de radio que transmitía (¿diariamente?) Radio Educación, de nombre «Meridiano 25». El libro al que más recurrí en la lectura de poemas fue El surco y la brasa, una antología de traductores mexicanos sobre escritores en diversas lenguas de todo el mundo y de todas las épocas. La compilación, la hizo Marco Antonio Montes de Oca. Recuerdo haber leído poemas de Shakespeare, traducciones de Reyes, Paz, Arreola y otros más. Realmente un tiempo de mucha satisfacción en la que aporté sonoramente a la cultura de mi pueblo.

Amanda

Juan José Arreola escribió, en La Feria, una situación vivida en toda nuestra ciudad de Zapotlán. Situación que yo alcancé a vivir y a escuchar estas palabras cuando se veía a unos novios muy enamorados besándose frenéticamente: «Déjala, güevón. Cómprale jabón y llevala a bañar al río», con una tonadita musical muy alegre. Esas palabras se tornarían en una especie de insulto o burla de la que todos se querían zafar. Claro que las cosas se fueron transformando, reduciendo. Luego, toda esta burla se reduciría a: «Déjala güevón», y con eso la burla estaba manifestada. Y más, todo esto quedaría reducido a un juego sin palabras, simplemente se chiflaba la tonadita y todo quedaba dicho.

Algo similar sucedió en los ochenta, cuando yo estaba ya en la secundaria. En la televisión se comenzaba a manifestar el cuidado del medio ambiente, en especial el cuidado del agua. El comercial mostraba a un niño gordito gritándole a una muchacha: «Amanda, ¡ciérrale!», indicándole con ademán de cerrar la llave girando la mano derecha. Pues bien, la burla ahora recaía en los gorditos. Cuando se veía a uno frente a nosotros, se le gritaba: «Amanda, ¡ciérrale!», con todo y el giro de la mano. Muchos llegaban a enojarse sobremanera. El insulto, al final, se redujo al simple: «Amanda«, suficente para hacer enojar a los pasados de peso. Cosas de la economía del lenguaje, el cual se redujo al mínimo: bastaba hacer el ademán con la mano como cerrando una llave para hacer enojar a nuestros obesos amiguitos.

Resistol

¿Edad? No la recuerdo, pero indudablemente estaba en lo primeros años de la primaria. Primero o segundo grado. Digo esto porque estaba haciendo mi tarea escolar. Pegar no sé qué con pegamento blanco, de ese que estaba dentro de botellitas con forma de pino de boliche. El resistol no sale, tengo que apretarlo. Sigue sin salir, pero sí se siente líquido. ¿Qué estará pasando? A lo mejor ya casi sale. Le echo un ojo al agujerito de la salida. Aprieto más fuerte que antes, un chorro de resistol que va directo a mi ojo abierto. Cierro y aprieto los párpados. No quiero abrirlo, me duele, me arde. Grito. El párpado se me ha pegado. Mi padre y mi madre me auxilian. Mi mamá tiene la idea de que con leche el pegamento se me removerá. Lo intenta. Yo no quiero abrir el ojo. Al final el pegamento cede. He recuperado la visión luego de un lavado con agua. La leche y la idea han funcionado.